En la actualidad, el cáncer colorrectal es el que presenta una mayor incidencia en España y el tercero más común a nivel mundial. En hombres, es el segundo tipo de tumor con más incidencia en nuestro país tras el de próstata. En mujeres, el primer tumor es el de mama y después el colorrectal. Se estima que para este año 2020 serán diagnosticados más de 44.200 nuevos casos de cáncer colorrectal. Además, el cáncer de colon es el segundo en cuanto a mayor mortalidad por detrás del cáncer de pulmón. Se espera que su carga global aumente un 60% en los próximos 10 años.
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Sin embargo, el cáncer de colon y recto presenta una tasa de curación muy elevada −se pueden llegar a curar el 90% de los casos− si se consigue diagnosticar en fases tempranas. De este modo, la mayoría de pacientes sobreviven más de cinco años después del diagnóstico. Por ello, es esencial para su curación el diagnóstico precoz.
Por otro lado, como señala la propia Organización Mundial de la Salud, cerca de un tercio de las muertes por cualquier tipo de cáncer se deben a cinco factores de riesgo relacionados con los hábitos de vida y la dieta: el exceso de peso, el consumo insuficiente de frutas y verduras, la falta de actividad física, el consumo alcohol y el tabaquismo. También se trata de los principales factores de riesgo del cáncer de colon y recto.
La dificultad del diagnóstico precoz del cáncer colorrectal estriba en que tarda mucho tiempo en producir síntomas. Habitualmente se desarrolla en el intestino grueso a partir de un pólipo benigno, pero se transforma en canceroso después de unos 10-15 años de desarrollo.
Los primeros síntomas suelen aparecer cuando el tumor ya está muy desarrollado. Ciertos síntomas pueden hacer sospechar, aunque no son exclusivos del cáncer:
El médico realizará un examen clínico ante la sospecha del cáncer y realizará una exploración y un tacto rectal. También se realizarán otras pruebas para determinar la presencia de sangre en las heces.
El test inmunofecal detecta sangre humana en las heces. Si esta está presente no significa que tenga que haber cáncer.
Por otro lado, la septina 9 es un marcador tumoral sanguíneo que suele aparece en los tumores de colon y recto, por lo que su detección pone en la pista de su posible presencia.
La colonoscopia consiste en la introducción de un tubo con una cámara para examinar el interior del colon. Además de la evaluación, permite eliminar los pólipos potencialmente precancerosos presentes y tomar muestras para biopsia.
La prueba se suele llevar a cabo con sedación y precisa de la limpieza previa del intestino mediante una dieta específica.
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La edad, los factores genéticos y determinadas circunstancias ambientales −especialmente las relacionadas con los hábitos de vida− juegan un papel importante en el desarrollo del cáncer colorrectal.
Los síndromes de cáncer colorrectal hereditario incluyen el síndrome de Lynch (cáncer colorrectal hereditario sin poliposis), la poliposis adenomatosa familiar y la poliposis asociada a MUTYH. El síndrome de Lynch y la poliposis adenomatosa familiar contribuyen a la gran mayoría de los cánceres colorrectales hereditarios, que suponen únicamente un 5% de toda la incidencia de cáncer colorrectal.
La presencia de antecedentes familiares de cáncer de colon en parientes de primer grado, incluso en ausencia de antecedentes de los síndromes de cáncer de colon hereditarios, determinan el doble de riesgo de desarrollar cáncer colorrectal.
Además de los factores genéticos, existen otros factores que se relacionan con un mayor riesgo de padecer cáncer colorrectal. Estos factores incluyen la etnia afroamericana, la enfermedad inflamatoria intestinal (colitis ulcerosa con más frecuencia que enfermedad de Crohn, un estilo de vida sedentario, el consumo de tabaco, la acromegalia, el trasplante renal con uso de medicamentos inmunosupresores, la diabetes mellitus, la colecistectomía y la patología coronaria, entre otros.
Por otro lado, la mayoría de estudios publicados señalan una relación positiva entre el consumo de carnes rojas, carnes procesadas y alcohol y un mayor riesgo de cáncer de colon y recto. De igual modo, múltiples estudios observacionales han establecido una asociación entre el exceso de peso y la obesidad y el riesgo de cáncer colorrectal, más acentuado en hombres que en mujeres.
Además de la actividad física regular, las últimas revisiones señalan una disminución del riesgo de cáncer colorrectal en personas en tratamiento con aspirina y antiinflamatorios no esteroideos (AINE), si bien la heterogeneidad y calidad de los estudios no permite hacer afirmaciones concluyentes.
En los estudios observacionales se vienen identificando desde hace tiempo algunos componentes de la dieta relacionados con un riesgo disminuido de cáncer colorrectal. Entre ellos destacan el consumo elevado de frutas, verduras, legumbres y alimentos ricos en fibra. Además, también se establece esta relación positiva con los alimentos ricos en calcio, especialmente los lácteos.
Otros nutrientes y componentes de la dieta que se apuntan como posibles protectores frente al cáncer colorrectal son la vitamina D, la vitamina B6, el ácido fólico o vitamina B9 y el magnesio. Todos ellos están presentes en alimentos vegetales como cereales, legumbres o verduras, a excepción de la vitamina D, que aparece en pescados grasos y, en menor cantidad, en huevos y lácteos.
En algunos estudios se ha evaluado la calidad de la dieta y su relación con el cáncer colorrectal. De este modo, patrones dietéticos como la dieta mediterránea han mostrado una disminución del riesgo de cáncer colorrectal, especialmente en hombres. En este sentido, la calidad de la dieta nos remite, nuevamente, a la presencia elevada de alimentos vegetales, fibra y grasas saludables.
Por otro lado, también ha sido evaluado el carácter anti o pro inflamatorio de la dieta como factor relevante relacionado con el riesgo de cáncer colorrectal. De este modo, las dietas con un elevado número de componentes antiinflamatorios se asocian con un riesgo disminuido frente al cáncer de colon, mientras que las dietas con componentes proinflamatorios se asocian con un riesgo aumentado.
Algunos de los componentes de una “dieta antiinflamatoria” incluirían la fibra alimentaria; ácidos grasos monoinsaturados y poliinsaturados, omega 3 y 6; vitaminas como la niacina, tiamina, riboflavina, vitamina B6, B12, vitamina A, vitamina C, vitamina D, vitamina E, ácido fólico y betacarotenos; minerales como el zinc, magnesio y selenio; antioxidantes como las antocianidinas, flavan-3-oles, flavonoles, flavanonas, flavonas, isoflavonas y eugenol; y alimentos y especias como el ajo, jengibre, cebolla, tomillo, orégano, azafrán, cúrcuma, romero, café y té.
Por el contrario, los componentes alimentarios proinflamatorios incluirían una energía elevada, los carbohidratos, proteínas, grasas saturadas, grasas totales, grasas trans, colesterol y hierro.
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Referencias