Es posible que la difícil situación que hemos vivido en los meses anteriores con la cuarentena y el confinamiento por la crisis de la COVID-19, haya pasado factura a tu cuerpo, debido a un cambio de hábitos, especialmente en lo relacionado con la alimentación.
Por ello, en Savia hemos ideado un NUEVO PROGRAMA NUTRICIONAL integral con el objetivo de mejorar tu alimentación, sin olvidar la actividad física y la salud emocional.
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La alimentación es uno de los pilares esenciales de la salud y el bienestar. No en vano, el tipo de alimentación puede determinar la aparición de enfermedades como la obesidad, la diabetes, enfermedades cardiovasculares y diversos tipos de cáncer.
Unos malos hábitos alimentarios son aquellos que no proporcionan la energía y los nutrientes que necesitamos para que nuestro organismo funcione correctamente y para que podamos desempeñar nuestras actividades cotidianas. También incluyen las pautas alimentarias que determinan un aporte excesivo de uno o varios nutrientes y también de calorías. De este modo, unos malos hábitos alimentarios tendrán como consecuencia un estado de salud deficiente y la aparición de enfermedades.
En España, según señalan las encuestas dietéticas y los paneles de consumo, se ha ido produciendo un abandono de los hábitos alimentarios tradicionales, estableciéndose un paulatino mayor consumo de alimentos procesados. En general, se produce un consumo excesivo de carne y productos cárnicos, dulces y bollería, mientras que cereales y derivados, verduras y hortalizas, frutas y legumbres se consumen menos de lo que sería deseable. Esto se traduce en un consumo excesivo de proteínas, grasas y azúcares, mientras que existe un déficit de hidratos de carbono complejos, vitaminas y fibra.
En cuanto a las grasas, son excesivas en su conjunto, pero también existe un exceso de grasa insaturada de la serie omega 6 (proveniente principalmente de aceites de semillas) frente al omega 3, que, en general, cumple con las recomendaciones.
Dentro de unos buenos hábitos de alimentación debemos contemplar la inclusión de todos los grupos de alimentos para que la dieta sea lo más variada posible y a la vez sea equilibrada, poniendo el acento en los elementos que se deben potenciar.
De este modo, la dieta debería incluir:
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El cuerpo humano es una máquina compleja que recibe alimentos sólidos y líquidos y los metaboliza o los procesa a fin de obtener la materia con la que nutre, estructura y repara sus tejidos, y la energía con la que se mantiene en funcionamiento. El propio mecanismo metabólico, la respiración, los esfuerzos musculares, los procesos mentales… y todas las actividades humanas precisan de energía para poder llevarse a cabo. Esta energía es fruto del aporte de nutrientes.
De esta forma, el cuerpo actúa sintetizando muchas de las sustancias que necesita a partir de otras diferentes. Por ejemplo, la metabolización de los hidratos de carbono permite obtener glucosa, que es el combustible del tejido nervioso y de los músculos. Pero, a falta de hidratos de carbono, el organismo también es capaz de fabricar glucosa a partir de ciertos componentes de las proteínas (los aminoácidos) y de las grasas (el glicerol).
La finalidad principal del metabolismo de las proteínas, los hidratos de carbono y las grasas es producir energía para mantener las funciones del organismo y permitir que realice trabajos químicos (como biosintetizar determinadas sustancias para fabricar otras que le son necesarias), trabajos de transporte (como intercambiar sustancias entre el interior y el exterior de las células, a través de las membranas celulares) y trabajos mecánicos (como contraer los músculos para moverse). Además, el calor generado por las combustiones celulares se emplea en mantener la temperatura corporal.
El gasto energético que realiza cada persona depende de varios factores (afectados a su vez por variables individuales como la edad, el sexo o el tamaño corporal):
Las necesidades diarias de energía de una persona mantienen el peso corporal adecuado
constante. De este modo, en caso de sobrepeso u obesidad, esto es, si se presenta un índice de masa corporal o IMC por encima de 25 (sobrepeso) o por encima de 30 (obesidad), se contempla una reducción de las calorías aportadas para que se normalice el peso.
El IMC se calcula dividiendo el peso corporal (kg) entre la altura (m) al cuadrado.
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En función de las características individuales −entre ellas el peso, la altura, y la actividad física− tendremos unas necesidades calóricas que deberemos cubrir con los alimentos de la dieta.
Las recomendaciones señalan que la mayor parte de las calorías que necesitamos deben proceder de los hidratos de carbono (más del 50%), cuanto menos refinados, mejor. Dado que estos proporcionan 4 calorías por gramo, en una dieta tipo de 2.500 calorías, necesitaremos a partir de 312 g de carbohidratos. Para hacernos una idea, si esto lo tradujéramos en pan, supondría 660 g o 367 g de arroz hervido o 2.080 gramos de patatas hervidas. Evidentemente, el aporte de hidratos de carbono tiene que estar diversificado, insistiendo en la idea de alimentos integrales y poco refinados.
Después de décadas esgrimiendo la aritmética frente a problemas como el sobrepeso y la obesidad, parece que llegó el momento de pararse a reflexionar, porque no salen las cuentas. La reducción de calorías por medio de reducir la grasa de la dieta −que pasa por ser el nutriente más calórico, con 9 calorías por gramo− no ha surtido efecto y las tasas de obesidad en lugar de disminuir han seguido creciendo. Por ello, el foco está ahora sobre los carbohidratos −especialmente los de absorción rápida y los azúcares− y su interacción con los niveles de insulina sanguínea, como factor dietético a controlar para reducir el peso corporal.
En el aumento de peso influyen multitud de factores que componen un cuadro difícil de descifrar: la genética, la saciedad, cuestiones psicológicas y anímicas, la regulación hormonal, el sedentarismo, el exceso en la ingesta de calorías, el exceso del procesado y refinado de los alimentos, y la interacción de todos ellos.
A falta de más investigaciones que proporcionen mayores evidencias, lo que sí parece claro es que no existe un tipo de dieta que funcione para todo el mundo. Las características genéticas, culturales y los hábitos determinan la necesidad de personalizar la dieta. De este modo, los estudios señalan que el principal factor relacionado con el éxito de una dieta es su seguimiento a largo plazo y esto solo se consigue con la personalización, atendiendo a los factores genéticos, preferencias, gustos, hábitos, etc.
En cualquier caso, en general tiene sentido reducir el consumo de carbohidratos de absorción rápida, a la vez que se incrementa el consumo de alimentos no refinados como verduras, frutas, legumbres y cereales y derivados de grano entero.
En ocasiones no tenemos muy claro si hay algo en nuestra dieta que estamos haciendo mal. O desconocemos qué dicen las nuevas evidencias sobre este o aquel alimento.
Hoy en día, son muy comunes las informaciones basadas en nuevas evidencias científicas en las que se ponen en duda creencias muy consolidadas o, directamente, se pasa a considerar como bueno un alimento (o grupo de alimentos) hasta ahora considerado como ‘malo’ o poco recomendable. Encontramos los ejemplos del colesterol de los alimentos que ya no se considera un factor alimentario importante que se relacione con el aumento de colesterol sanguíneo. O la ausencia del desayuno, que según investigaciones recientes no tiene por qué estar relacionada con un aumento del peso corporal, como se creía hasta hace poco.
Por todo ello, es recomendable ponerse en manos de un profesional de la nutrición que nos pueda ofrecer un plan nutricional personalizado.
Además, contar con el apoyo de profesionales de otras disciplinas como entrenadores personales y psicólogos harán que el programa nutricional sea más exitoso.
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