La Giardia lamblia es el parásito más frecuentemente encontrado en Occidente. Se estima que un 6% de los adultos está infectado. En el caso de los niños, sobre todo los que acuden a guarderías, podemos hablar de entre un 20-50% de menores de tres años que son portadores del parásito. Aunque la mayoría de ellos, estarán asintomáticos (no desarrollarán síntomas de Giardiasis), pueden transmitir el parásito a otros. Esta infección es una de las principales causas de diarrea prolongada.
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La Giardia lamblia (Giardia intestinalis) fue descubierta en 1681 por Antonie van Leeuwenhoek. El descubrimiento fue de lo más casero, ya que descubrió al parásito en sus propias heces.
Es un protozoo flagelado que puede presentar dos formas: trofozoíto (que vive en la superficie de la mucosa del intestino delgado, concretamente en el duodeno) y quiste (es una forma especial del parásito que le otorga resistencia y capacidad de diseminación). En el intestino, los trofozoítos se adhieren a las vellosidades intestinales y se forman los quistes que son expulsados en las heces.
Los quistes sobreviven en el agua hasta tres meses y esto provoca que, al ser ingeridos por el hombre por beber directamente el agua, en los alimentos contaminados o con el contacto de manos sucias (transmisión fecal-oral), lleguen fácilmente al intestino donde dan lugar, de nuevo, a los trofozoítos y, por lo tanto, se inicia la multiplicación y reproducción del parásito en el intestino delgado.
El parásito puede infestar también a gatos, perros, roedores y otros animales.
La giardiasis es una enfermedad intestinal muy frecuente, sobre todo en las áreas con poca higiene y aguas contaminadas. Aunque la infección se adquiere generalmente por tomar agua o ingerir alimentos contaminados, también puede ser transmitida de persona a persona, por una mala higiene y un incorrecto lavado de manos.
En el caso de los niños en los países donde las condiciones de salubridad del agua son correctas, el peso más importante del contagio es la transmisión interpersonal o fecal oral. Las guarderías reúnen las condiciones ideales para ello, ya que el contacto físico entre los niños es muy estrecho.
Los síntomas pueden ser variados, pero lo más frecuente en que tras la ingesta de los quistes y un periodo de incubación entre siete y 14 días, aparezca diarrea acuosa explosiva y maloliente. No suele acompañarse ni de moco ni de sangre. Además, el niño puede presentar poco apetito, náuseas, gases, retortijones y fiebre.
En otros casos, la diarrea suele ser diferente y se caracteriza por heces pastosas matinales o tras las comidas de color amarillento o mostaza claro.
Pueden alternarse, durante meses, episodios de diarrea intermitente y estreñimiento. Si esto se prolonga durante muchas semanas, podremos observar pérdida de peso, retraso del crecimiento, pérdida de apetito y abdomen distendido (ligeramente hinchado).
En algunos casos, el niño puede presentar reacciones alérgicas en el piel o dolor articular como consecuencia de tener el parásito en su intestino.
En el 16% de los casos se puede cronificar, ocasionando diarrea crónica que puede repercutir en la calidad de vida y en el estado de salud del niño, como veremos.
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La Giardia lamblia es un parásito que vive en el intestino, por lo que lo más lógico es que su diagnóstico se realice mediante un examen en fresco al microscopio de las heces. Para que el diagnóstico sea fiable y no se nos pase por alto el parásito, lo más recomendable es analizar tres muestras fecales de dos o tres días de intervalo durante un periodo no superior a 10 días. Además, también disponemos de la detección del antígeno en las heces, basado en técnicas de enzimoinmunoanálisis. Con estas dos técnicas es prácticamente imposible que se nos pase por alto una Giardiasis.
El tratamiento más frecuente es metronidazol durante siete días. Siempre lo debe pautar el pediatra en función del peso del niño y tras tener la confirmación del diagnóstico.
Hasta el 50% de las Giardiasis son silentes o sin apenas síntomas. En estos casos, la infección se cura por sí sola. Pero hay que tener en cuenta que estos niños son transmisores del parásito.
Una giardiasis crónica, de larga evolución que no se diagnostica y trata correctamente, puede tener repercusiones en el niño o bebé.
En los niños, el diagnóstico de todas la parasitosis en general, y de la giardiasis en concreto, es fundamental para evitar estas complicaciones:
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