La varicela es una enfermedad infecciosa vírica contagiosa causada por el virus varicela zoster, que produce la aparición de lesiones en la piel.
Afecta sobre todo a niños de 1-9 años. Su frecuencia ha disminuido desde la implantación de la vacuna en el calendario infantil aunque todavía presenta una alta incidencia.
Cuando se presenta en niños, habitualmente no es una enfermedad grave. Es más peligroso si se contagia a un adulto porque en esos casos sí pueden existir complicaciones de forma más frecuente.
No hay diferentes tipos de varicela.
La causa de la infección es el contagio por el virus de la varicela zoster, el cual penetra por vía respiratoria y se multiplica, inicialmente en el aparato respiratorio, boca y faringe, después viaja por la sangre o el sistema linfático llegando al hígado, bazo y ganglios sensitivos, para llegar a la sangre y de ésta hasta la piel, produciendo las lesiones cutáneas.
La varicela tiene un periodo de incubación de 10-24 días, tras lo cual se inicia un cuadro de fiebre y malestar general seguido de una erupción dérmica en distintas fases evolutivas: pápulas (lesiones rojizas algo elevadas), vesículas (ampollas pequeñas) y costras que aparecen en brotes durante 2-4 días.
Las lesiones se presentan inicialmente en el tronco y la cara, extendiéndose progresivamente por el resto del cuerpo.
Son poco dolorosas pero pican mucho, pudiéndose sobreinfectar por bacterias, frecuentemente, por el rascado.
Las costras desaparecen en 1 – 2 semanas y aunque de manera general no suelen dejar cicatrices, en ocasiones aparecen en la zona donde ha estado la lesión algo deprimida en la piel y a veces pigmentada (coloreada).
En adultos el cuadro clínico suele manifestarse de forma más grave y se complica con mayor frecuencia. También se presenta con mayor afectación en niños inmunodeprimidos (con las defensas bajas) y en hijos de madres que hayan pasado la enfermedad durante la gestación (aunque esto suele ser más raro) pudiendo nacer bebés con mal desarrollo de las extremidades, cicatrices cutáneas, anomalías oculares o alteraciones del sistema nervioso central.
En pacientes sanos con adecuado sistema de defensas se indica tratamiento sintomático, aconsejando baños con jabón de avena, desinfección de vesículas rotas con antisépticos (betadine, etc.) y, si existe sobreinfección de las lesiones, se dará tratamiento antibiótico tópico. Si hay un picor intenso se pueden tomar antihistamínicos orales.
Está contraindicado la toma de salicilatos como la Aspirina por riesgo de desarrollo del Síndrome de Reye (daño cerebral súbito y alteración hepática).
En pacientes con las defensas bajas, o que presenten varicela neonatal (al nacer) o dentro del periodo de los dos primeros años de vida, cuando hay complicaciones, enfermedades crónicas de la piel, o se presenta la infección en niños mayores de 12 años, está indicado el tratamiento con un fármaco antivírico llamado Aciclovir.
El diagnóstico de la varicela es fundamentalmente clínico. Se puede realizar un estudio en el laboratorio de microbiología de las muestras obtenidas de los tejidos afectados por la infección (raspado cutáneo, líquido de las vesículas, secreciones respiratorias, etc) para la detección de la presencia del virus. Así mismo, puede detectarse por medio de un análisis de sangre. La presencia de anticuerpos específicos (proteínas del sistema de defensa) contra el virus producidos por el organismo durante la infección.
El factor que desencadena la infección es el contacto con secreciones respiratorias de un paciente con la enfermedad o con el líquido que contienen las vesículas que aparecen en la piel.
El factor de riesgo fundamental es el contacto con un paciente enfermo de varicela, sobre todo, en los siguientes casos:
La varicela puede ser diagnosticada y tratada por el pediatra de atención primaria o el médico de familia. Si existen complicaciones, o factores de riesgo de mala evolución de la enfermedad, los pacientes serán derivados para ingreso hospitalario y tratamiento por el servicio de enfermedades infecciosas y aquellos especialistas de los que se necesite su intervención en el tratamiento según el órgano afectado, edad del paciente, etc. (pediatría, neurología, cuidados intensivos, etc.)
La transmisión la varicela se produce de persona a persona a través del contacto directo con las vesículas cutáneas que contienen el virus y a través de secreciones respiratorias por contacto con pacientes que padecen varicela.
Desde la aparición de los primeros síntomas de malestar general y fiebre hasta la desaparición de las lesiones dérmicas, pueden pasar en trono a 10 – 15 días.
El sarampión es una enfermedad vírica altamente contagiosa, clasificada como una de las llamadas enfermedades exantemáticas, que se caracterizan por aparición de síntomas generales y que afectan a la piel con la presencia de “granitos” o “manchitas”
Una vez contraída y pasada la enfermedad, el organismo presenta inmunidad para esa manifestación inicial de la varicela y no vuelve a desarrollarse. Lo que sí puede pasar es que el virus permanezca en el organismo acantonado y dé lugar con los años, a una reactivación de su actividad, en cuyo caso el virus produce una infección localizada en la piel llamada herpes zoster.