La dislexia es la dificultad en el aprendizaje que afecta a la lectoescritura, dando lugar a dificultades para comprender textos escritos. Suele detectarse entre los 8 y los 13 años, y entre el 5 y 7% de la población puede tener dislexia, en diferentes grados. Es más frecuente en varones, y si hay un disléxico en la familia hay un 40% de posibilidades que otra persona de la misma familia sea disléxica. Es una enfermedad con diferentes grados de gravedad.
Las causas de la dislexia no son bien identificadas en el momento actual, si bien se sabe tiene un componente genético, hay alteraciones en el gen dcd2, que está menos activo en las personas con dislexia. Estudios actuales parecen indicar que los pacientes disléxicos pueden tener funciones cerebrales diferentes a las personas no disléxicas, que se pueden traducir en falta de identificación de los sonidos con los fonemas. El estrés de padecer la enfermedad puede dar lugar a que el problema se agudice.
Los principales síntomas de la dislexia son: disminución de la capacidad de visión espacial y del lenguaje con problemas psicomotrices acompañantes, falta de equilibrio dinámico y estático, alteraciones en la percepción espacial de las cosas que le rodean, alteración en el reconocimiento de letras con aspecto parecido, bajo nivel de comprensión lectora, errores en la lectura con omisión y cambio o suma de letras a las palabras escritas.
Las alteraciones en la lectura y su comprensión pueden dar lugar a un déficit de atención del niño.
El tratamiento de la dislexia será un nuevo aprendizaje en la forma de leer y escribir que se adapte a las necesidades del niño, evitando todos aquellos procesos que sean tediosos y le cansen. En la primera etapa de educación infantil se trata de hacer ejercicios que prevengan la dislexia, para ello es importante enseñar al niño a dividir las palabras en sílabas, así como enseñarle rimas. Entre los seis y nueve años será necesario estimular la lectura en voz alta con textos atractivos para el niño. En niños mayores de 10 años se tratará de estimular la comprensión lectora.
Las pruebas complementarias serán test diferentes dependiendo de la edad a la que se detecte el problema en el niño:
No hay causas desencadenantes de la dislexia.
El factor de riesgo es tener familiares de primer grado con dislexia, esto hace que se tenga un 40% más de posibilidades de ser disléxico.
No existe una prevención real de la dislexia más allá de estar pendientes de la lectura y la escritura de nuestros hijos a edades tempranas, para descubrir si tienen algún problema. Si vemos que presentan alguna alteración de la lectoescritura, hay que llevarles al especialista cuanto antes. Esto se conoce como “tratamiento precoz de las alteraciones de la lectoescritura”.
El primer médico que verá al paciente si se sospecha de dislexia de algún tipo será el pediatra, que tendrá además, en ocasiones, que comprobar que no hay alteraciones auditivas o neurológicas para descartar otras enfermedades. No obstante, cuando el pediatra sospecha que el niño puede tener dislexia, le derivará al psicólogo clínico, que confirmará el caso y mandará al paciente al logopeda, que es el responsable final del tratamiento y el avance del paciente.
La disgrafía es la dificultad para el lenguaje escrito, puede llevar a confusión en la escritura de letras similares como la “d” y la “p”, y las personas que la padecen tienen dificultades para escribir redacciones. En la dislexia la dificultad está en la lectura y la relación de los sonidos con su representación gráfica.
Las dificultades de procesamiento visual van más allá de la lectura, el niño no es capaz de procesar de forma correcta lo que ve, esto hace no solo que confunda las letras, sino que no sea capaz de diferenciar un dibujo de su fondo, por ejemplo. Pueden saltarse renglones al leer o no ser capaces de separar las respuestas en una hoja, tienen dificultades para escribir entre márgenes, usar una calculadora o un teclado electrónico. Pueden no reconocer imágenes a las que les falte una parte, así como cambiar letras o números cuando escriben. La dislexia es una dificultad relaciona con la lectoescritura en la cual el niño tiene dificultades para identificar un fonema con su sonido.
El trastorno de procesamiento auditivo es la dificultad para percibir diferencias sutiles entre sonidos en las palabras, las personas que lo padecen tienen por tanto dificultades para percibir lo que los demás están diciendo. La dislexia sólo afecta a la parte de lectoescritura, no a la compresión del lenguaje hablado.
Aunque no se han podido demostrar qué genes pueden estar implicados, sí parece que los trastornos de aprendizaje pueden tener una base genética, esto hace que personas que presentan en su familia estos trastornos de aprendizaje sean más propensos a sufrir estas alteraciones que la población normal.
Para enseñar a leer a un niño con dislexia será necesaria la búsqueda de un profesional cualificado, que preste atención al niño en las áreas de aprendizaje y le refuerce su autoestima. Será necesario hacer actividades variadas que eviten que el niño se canse, ya que el sobre esfuerzo que tiene que hacer le lleva a perder la concentración. En niños pequeños será importante enseñarles rimas o separación de palabras. En niños más mayores la lectura en voz alta puede ser un buen método, pero siempre deberá estar supervisado por un logopeda.