Utilizada desde hace más de 20 años para el tratamiento de las arrugas de expresión y la hiperhidrosis (o sudoración excesiva), el botox es un arma muy eficaz en dermoestética en manos experimentadas. Sin embargo, su uso no está exento de complicaciones, y siempre debe ser aplicada por un médico.
El botox o toxina botulínica es una sustancia de origen bacteriano (procede de la bacteria que causa una infección llamada botulismo), con propiedades sobre la contracción muscular y las glándulas del sudor. Pero, ¿cómo actúa exactamente? Pues es capaz de bloquear la unión neuromuscular mediante su acción sobre la acetilcolina, lo cual crea una parálisis no permanente del músculo. De hecho, se emplea también para fines médicos desde 1989 como tratamiento de los espasmos musculares. Para su utilización con fines estéticos, hay que controlar muy bien la cantidad de toxina que se inyecta, y conocer sus efectos y su duración, con el objetivo de evitar accidentes como una parálisis facial. El efecto de la toxina empieza a notarse sobre el músculo a las 48 horas, pero puede ser necesario esperar unas dos semanas para notar el efecto óptimo.
La aplicación de botox es fundamentalmente para la corrección de las arrugas de expresión, es decir, aquellas que se forman por la contracción muscular, como las de la frente, el entrecejo o las “patas de gallo”. Es posible incluso actuar sobre la comisura labial para mejorar la expresión cansada de los labios. Al parar la contracción muscular, la piel se relaja y las arrugas se aprecian menos.
El médico debe de conocer muy bien la anatomía de los pequeños músculos de la cara, y cómo controlar su contracción para relajar las arrugas. Asimismo, debe inyectar la cantidad justa en la zona para paralizar ese músculo y no provocar otros efectos secundarios. Se inyecta con una aguja muy fina, y prácticamente no provoca ningún dolor.
Sin duda, la zona con mejores resultados es el entrecejo. Las arrugas de esta zona dan a la cara un aspecto enfadado, triste o preocupado. Al inyectar botox en esta zona se consigue además elevar la ceja, lo que confiere a la cara un aspecto más joven y alegre. Hay que tener sumo cuidado para que la toxina no se difunda a los párpados, provocando su caída. Por ello, se recomienda al paciente que permanezca en posición vertical unas horas después del tratamiento, para evitar la difusión lateral hacia los párpados superiores.
Efectivamente, el botox puede corregir, por ejemplo, la “sonrisa gingival”, que es la que tienen muchas personas que enseñan las encías superiores al sonreír. Al infiltrar botox en el elevador del labio superior se relaja el músculo y el paciente sonríe sin mostrar las encías. Este tratamiento se puede hacer únicamente en personas jóvenes que tengan una distancia corta entre la nariz y el labio superior, ya que en caso contrario el labio caído produce un efecto negativo. También pueden corregirse las “sonrisas asimétricas”, es decir, las personas que tuercen la boca al sonreír, porque tienen más hipertonía muscular en un lado de la cara. Es el caso de personas que han sufrido una parálisis facial y no se han recuperado completamente. Si se relaja la contracción muscular en el lado sano, puede conseguirse una simetría facial que se había perdido.
Es un tratamiento muy seguro y con muchos años de experiencia acumulada. Sin embargo, algunas personas pueden experimentar dolores de cabeza, hormigueos en la piel, o parálisis no permanente de los músculos de la cara, lo cual puede ser un problema si se provoca una ptosis o caída de los párpados, ya que el paciente no puede abrir el ojo. Por ello, las inyecciones de botox no suelen hacerse en el área de la ceja, que afecta a la inervación del párpado.
Los resultados de las inyecciones suelen durar unos 120 días (tres meses), tras lo cual tendrán que ser retocadas o la zona afectada empezará a adquirir su forma anterior al tratamiento. Sin embargo, hay que controlar el número de repeticiones del tratamiento, ya que se puede llegar a provocar una auténtica atrofia muscular y una pérdida de la expresividad facial.
Puede inyectarse en las axilas y las manos para reducir el sudor, de la misma manera que para reducir la contracción muscular en otras zonas. Se suele marcar el área con cuadrículas, e inyectar la cantidad justa para tratar toda la zona. Es infrecuente que se afecte la fuerza muscular si las cantidades de toxina inyectada se calculan bien. El efecto sobre la hiperhidrosis tampoco es permanente, debiendo repetirse el tratamiento para asegurar el control del sudor. En este sentido, técnicas como la cirugía por simpatectomía o el tratamiento con microondas son más definitivos.
La técnica se realiza inyectando pequeñas cantidades de la toxina bajo la epidermis de la zona a tratar con una aguja muy fina. Para minimizar las molestias, dicho procedimiento suele efectuarse con anestesia local por refrigeración de la zona, anestesia tópica o bloqueo de los nervios periféricos. El inicio del efecto comienza a las 24-48 horas del tratamiento, y se alcanza la máxima respuesta en una o dos semanas aproximadamente. La técnica presenta una tasa de efectos secundarios muy pequeña; solamente cabe mencionar las molestias locales, sobre todo en palmas de las manos y plantas de los pies, si se realiza sin la técnica anestésica adecuada, y la aparición de pequeños hematomas en la zona de la inyección, que generalmente desaparecen de forma espontánea sin precisar de otro tipo de tratamiento. En la mayoría de los pacientes se consigue reducir un 80-90% de la sudoración durante al menos 16 semanas.