El diagnóstico de esquizofrenia es, sin duda, uno de los más temidos de la psiquiatría. Cae como una losa. Si bien el impacto es devastador y a menudo estigmatizante o hasta tabú, cada vez hay más posibilidades terapéuticas.
Se estima que un 1% de la población mundial padece esquizofrenia. Es una patología que no distingue entre sexos, clases sociales o nacionalidades. Generalmente comienza en la adolescencia o a principios de la adultez y no suele iniciarse después de los 35 años. Es poco común en la niñez, pero puede aparecer a partir de los cinco años de edad, siendo difícil diferenciarla de otros problemas del desarrollo, como los trastornos del espectro autista.
La esquizofrenia es una patología compleja. Aún no se ha podido establecer de forma clara qué la genera. Se reconoce la influencia de factores genéticos, alteraciones bioquímicas y neuropatología, pero también está constatada la influencia de los factores psicosociales, en particular, las experiencias traumáticas. Es como si de alguna manera, un sufrimiento extremo rompiera a la persona por dentro, desorganizando el orden psíquico.
Los síntomas en la esquizofrenia pueden ser muy variados, y tienen múltiples consecuencias a diferentes niveles, pero básicamente se clasifican en dos tipos:
Síntomas positivos: son aquellos que denotan un exceso en las funciones normales de la persona. A pesar de que resultan más evidentes e impactantes que los negativos, tienen un mejor pronóstico.
Síntomas negativos: Indican una disminución o una pérdida de las funciones normales.
Otros síntomas de desorganización o cognitivos:
El concepto de esquizofrenia está en evolución. La última clasificación internacional de diagnósticos psiquiátricos (DSM-V) ha eliminado los diversos tipos clínicos, y los ha sustituido por especificadores de curso según el síntoma predominante en el momento de la valoración. Es una decisión polémica y hay profesionales que se resisten y siguen utilizando los subtipos clásicos:
Hasta hace unos años, el tratamiento de la esquizofrenia era exclusivamente médico. Al ir evolucionando el concepto de enfermedad, también ha ido evolucionando la forma de abordarla terapéuticamente, incluyendo así a otros profesionales. Hoy por hoy se entiende que el tratamiento debe ser multidisciplinar, trabajando en equipos coordinados psiquiatras, enfermeros, psicoterapeutas, neuropsicólogos, trabajadores sociales, etc.
A nivel psicológico: están habiendo avances muy importantes. Países nórdicos como Noruega y Finlandia están obteniendo resultados reveladores desde principios de los años ochenta, que ya se empiezan a aplicar progresivamente en España. Algunos de los elementos en que se centran son:
A nivel farmacológico: es importante señalar que la medicación debería ser considerada una herramienta, no un fin en sí misma. Responde de formas diversas en función de cada persona. Los fármacos más habituales, los antipsicóticos (o neurolépticos), tienen eficacia únicamente en los síntomas positivos. También se usan antidepresivos, ansiolíticos y estabilizadores del humor, así como medicación específica para corregir efectos secundarios de los neurolépticos (por ejemplo, antiparkinsonianos).
A nivel social: es conveniente que haya un asesoramiento que posibilite la integración de la persona a nivel global. Si corresponde: prestaciones socioeconómicas y sanitarias, alternativas de vivienda, formación laboral, etc.
La esquizofrenia es curable, pero no todos los casos se curan. En clínica existe la “regla de los tercios”, donde un tercio de los pacientes se recupera, un tercio tiene un pronóstico intermedio, necesitando soporte para su integración social y el tercio restante se cronifica, necesitando tratamiento a largo plazo. El tratamiento es complejo, pero también está constatado que puede tener excelentes resultados.