Todos tenemos un comentarista dentro de nosotros, una voz que comenta cada “jugada” que realizamos. Ese comentarista suele ser muy crítico con nuestro desempeño, más incluso que algunas personas que nos encontramos afuera. Cuando nos dejamos llevar por ese cúmulo de pensamientos, a veces nos impiden desempeñar nuestro trabajo adecuadamente, teniendo lugar lo que se conoce coloquialmente como el síndrome del impostor.
Este síndrome, puede influenciar nuestras decisiones, repercutir en nuestro trabajo y afectar a la concepción que tenemos de nosotros mismos.
Es el conjunto de sensaciones que tenemos todos, independientemente de si acabamos de finalizar los estudios, hemos comenzado en un nuevo puesto laboral, o si llevamos años en el mismo. En todas esas situaciones podemos sentir que no sabemos nada.
El síndrome del impostor o síndrome del farsante viene definido como el miedo irracional que una persona sufre al temer “ser un fraude”. Da igual, lo bien que hagamos nuestro trabajo, o lo mucho que sepamos sobre un tema, nuestra emoción predominante es la falta de valía. Este síndrome puede darse en todas las personas, pero es más frecuente en personas con gran autoexigencia y perfeccionismo o en personas que están dando sus primeros pasos en un sector determinado.
Es muy común en estos casos que, aunque haya un 99% de éxito en nuestro trabajo, nuestro “comentarista” solo nos permita ver ese 1% que no hemos podido conseguir. Ese ínfimo porcentaje de error es el que realmente creemos que va a determinar nuestra valía.
Las personas que padecen el síndrome del impostor rechazan todas las pruebas que justifican sus éxitos. Normalmente se atribuyen a la suerte o se normalizan como si no fueran gran cosa.
Las consecuencias de dejarnos llevar por ese 1% es que, poco a poco, empezaremos a dejar de valorar nuestro trabajo, pues no somos capaces de ver los aspectos positivos. Esta situación afecta negativamente a largo plazo a nuestra autoestima y, por su puesto, a nuestra carrera profesional.
A veces tendremos pensamientos de no estar a la altura del cargo, pendiente de los posibles errores que podamos cometer. Ocurrirá lo que en psicología denominamos profecía autocumplida, es decir, si partimos pensando que no somos capaces, nos acabaremos autosaboteando para confirmar nuestra carencia de habilidad.
Las causas que pueden llevar a padecer el síndrome del impostor son diversas y muchas de ellas se relacionan con la personalidad de cada individuo. Entre ellas, caben destacar:
En psicología, dependiendo del marco teórico que utilice el psicoterapeuta, el síndrome se puede enfocar de distintas formas. En cualquier caso, la primera pregunta que hay que formularse es: ¿cuánto tiempo y energía vas a dedicar a discutir con este comentarista indeseado?
Los psicólogos −a través de la psicoeducación, las técnicas para reducir la ansiedad, el trabajo en la autoestima y el estudio de los sesgos cognitivos, entre otros− luchamos contra estos sentimientos, ofreciendo pruebas de nuestra propia valía, permitiendo empoderar a la persona.
La mejor prueba de tu valía son tus actos, no tus pensamientos.
No permitas que tus pensamientos tomen las riendas de tu vida. Los pensamientos no deciden, no actúan, los pensamientos solo son capaces de opinar. Tu eres el que decide si te vas a quedar discutiendo con ellos o si vas a tratar de hacer cosas que te permitan tener una vida plena.
Si necesitas ayuda para “combatir” este síndrome contacta con un profesional, mientras tanto te dejamos algunos consejos:
En definitiva, en el mundo tan competitivo en el que vivimos es muy habitual que en alguna ocasión aparezcan sentimientos relacionados con el síndrome del impostor. Cuando esto sucede, nunca está demás realizar una consulta y recibir ayuda de un profesional cualificado para superarlo.