Los rayos X constituyen una técnica médica basada en el uso de un tipo de energía (radiación ionizante) que penetra en el organismo y que permite crear imágenes de los órganos. Las radiaciones ionizantes también son la base de otras exploraciones radiológicas como la tomografía axial computarizada (TAC) o la tomografía por emisión de positrones (PET).
La dosis de radiación recibida en el organismo se mide en unas unidades llamadas millisievert (mSv). Se denomina “dosis efectiva” y es la que reciben los tejidos durante un procedimiento radiológico (radiografía, TAC o PET).
Habitualmente estamos expuestos a una radiación natural de fondo, es decir, en el medioambiente hay diversas fuentes naturales de radiactividad. Es útil conocerla pues sirve de comparativo frente a la radiación recibida por exámenes radiológicos.
Los efectos de la radiación dependen de diversos factores como el sexo, la edad (son más sensibles los niños), los órganos que la reciben (por ejemplo, la glándula tiroides es más sensible) y el tipo de técnica utilizada. Así, la dosis efectiva recibida será variable y es la que se utiliza para medir los riesgos potenciales de la radiación sobre la salud. En países como Estados Unidos la radiación de fondo de promedio se ha calculado en 3mSv por habitante durante un año.
El principal riesgo del uso de las radiaciones ionizantes es el aumento de cáncer. Los datos objetivos indican que las dosis que se reciben en las pruebas diagnósticas son muy bajas puesto que la dosis recibida es muy pequeña. Si se compara con la radiación de fondo, es decir, la exposición diaria a otras fuentes, la exposición sería la siguiente:
La Organización Mundial de la Salud (OMS), a modo orientativo, ha establecido el límite recomendable de un máximo de 10 radiografías/año. Los expertos en radiación han estimado que la probabilidad de presentar cáncer por haber sido sometido a estudios radiológicos es extremadamente baja, frente a otros factores de riesgo conocidos (como el tabaco).
Por otro lado, es difícil calcular el riesgo aislado de un individuo que ha recibido dosis de radiación por exploraciones médicas, dado que los estudios científicos realizados se han hecho sobre grupos de población sometidos a una radiación muy alta (por ejemplo, tras un desastre en una central nuclear) motivo por el cual no son extrapolables. Además, cualquier persona está expuesta a otras fuentes (“radiación de fondo”) que interfieren en el cálculo del riesgo.
El desarrollo de la tecnología y de otras técnicas de imagen también ha permitido disminuir el tiempo de exposición a las técnicas radiológicas, utilizar la menor dosis posible y en muchos casos limitar su indicación, que puede ser sustituida por otros medios diagnósticos como la ecografía o la resonancia magnética.
Además, la radiografía se realiza en instalaciones sometidas a control riguroso (tanto para seguridad de los aparatos como del paciente y del personal sanitario habitual).
Existen contraindicaciones claras para la radiografía como es el embarazo. Aunque el riesgo se considera bajo para el feto se deben evitar, y optar por otras técnicas como la ecografía. En mujeres en edad fértil, para minimizar el riesgo por si hubiera embarazo, se aconseja realizar estas exploraciones justo después de la menstruación.
A modo de conclusión, está comprobado que las grandes dosis de radiación pueden provocar claramente mutaciones celulares que generen un cáncer y que además pueden dañar directamente los tejidos (quemadura). Sin embargo, las radiografías y otras técnicas similares como el PET o el TAC utilizadas de forma justificada y puntualmente no tienen por qué tener ninguna repercusión sobre la salud del paciente.