Desde que se empezó a usar a mediados del siglo pasado la epidural ha sido el consuelo y ayuda de infinidad de mujeres durante la dilatación y el parto en el primer mundo. Es posible dar a luz sin epidural, es cierto, pero hay que reconocer que sin ella el dolor es importante, y además nos proporciona el ambiente tranquilo y cómodo para que la experiencia del parto sea más llevadera. Hay muchas opiniones controvertidas sobre su uso, y para no tener falsos prejuicios lo mejor es tener conocimiento de las cosas y poder juzgar.
La anestesia epidural o peridural (significan la misma cosa) consiste en administrar un fármaco anestésico local en un lugar estratégico que permitirá anular la sensación de dolor en un territorio corporal. Es el espacio peridural, es decir, por fuera de una membrana llamada duramadre, que es el envoltorio que recubre los nervios de la médula espinal por el interior del canal de la columna vertebral. Se accede a este espacio pinchando con una aguja el espacio entre dos vértebras del final de la columna (generalmente entre la tercera y la cuarta vértebras lumbares). El anestesiólogo va percibiendo durante la punción, por la resistencia que nota en los tejidos que atraviesa, cuándo llega exactamente a ese punto, justo antes de atravesar la duramadre. Es ahí donde se debe administrar el anestésico local, que se difundirá de forma suave a través de la duramadre “durmiendo” los nervios que nos transmiten la sensación de dolor desde la altura de la punción aproximadamente hasta los pies. Su efecto completo se obtendrá a los 15-20 minutos de la administración, y perdurará durante una o dos horas.
Se colocará un fino catéter en este lugar a través del cual podremos ir readministrando las dosis necesarias en el caso de que el parto se alargue y se pase el efecto de la primera administración.
El efecto conseguido variará según la dosis administrada. Con esta técnica, y a dosis bajas, conseguimos anular la sensación de dolor, pero no la sensibilidad ni la función motora. A dosis más altas se anula por completo la sensación de tacto y la posibilidad de mover las extremidades, consiguiendo una anestesia completa del territorio afectado, haciendo posible de este modo realizar intervenciones quirúrgicas de órganos de la pelvis (incluida, por supuesto, la cesárea o operaciones en las extremidades inferiores).
No es infrecuente que tras la colocación de la anestesia epidural se produzca una leve disminución de la presión arterial. Por este motivo, se administra previamente un cierto volumen de suero por vía endovenosa.
El único requisito para poderla administrar es que el parto esté francamente establecido, y haya presencia de contracciones uterinas regulares y efectivas. No debería existir un criterio basado en los centímetros de dilatación ni mínimo ni máximo. El máximo vendría marcado por el sentido común. Si la dilatación se ha completado, y el parto está próximo y se prevé espontáneo no se indica la anestesia pues tardaría más en hacer efecto que el propio parto. Pero aún así en caso de necesidad, aunque el parto esté inminente se puede recurrir a una variante de esta técnica, llamada intradural, que consiste en acceder al interior del espacio dural, atravesando la duramadre y administrando allí el anestésico. A diferencia de la epidural, el bloqueo sensitivo y motor es prácticamente total, aunque el anestesiólogo también puede “jugar” con la dosis. Tiene la ventaja sobre la epidural de que se consigue un efecto inmediato, y la desventaja es que no se puede dejar catéter, con lo cual sólo se elige esta opción cuando estamos seguros de resolver la intervención en un plazo de tiempo máximo de una o dos horas. Es la técnica usada a menudo en cesáreas programadas.
Es un procedimiento muy rutinario y seguro, pero, como todo, puede tener sus complicaciones. Una de las más frecuentes, todo y que rara, es la punción accidental de esa membrana, la duramadre, con la aguja de epidural, que es mucho más gruesa que la de la intradural (para permitir la inserción del catéter), con lo cual se practica un orificio en la membrana suficientemente grueso como para permitir una pequeña fuga de líquido cefalorraquídeo y disminución de la presión intracraneal del mismo en las horas posteriores a la punción, y esto ocasiona cefalea. Estas cefaleas ceden espontáneamente en el plazo de unos días cuando se normaliza la tensión del líquido cefalorraquídeo, pero para contribuir a su desaparición conviene que la paciente se mantenga estirada y evite ponerse en pie, se administran antiálgicos y según la severidad se realiza un “parche hemático”, que consiste en practicar una nueva epidural y administrar en ese espacio una pequeña cantidad de sangre de la propia paciente que se encargará de “taponar” ese pequeño orificio de la membrana.
Para poder realizar una buena punción necesitaremos la colaboración de la paciente, le pediremos que, o bien sentada, o bien tumbada lateralmente, arquee la espalda tanto como le sea posible para que se separen al máximo las espinas de las vértebras para poder pinchar en el espacio que hay entre ellas.
No en todos los casos resulta igual de fácil esta técnica. Factores como la obesidad, las anomalías anatómicas o desviaciones de la espalda dificultan su realización, incluso haciendo que sea imposible en casos de pacientes con cirugías previas en esa zona.
Otro tema que preocupa a las gestantes es la opinión generalizada de que los partos con epidural duran y se complican más que sin ella. En mi opinión es completamente falso. El estado de relajación que provoca la ausencia de dolor hace que la dilatación sea más rápida y sin duda más confortable. También nos permite actuar con rapidez en caso de urgencia y poder realizar maniobras para facilitar el parto que a veces son imprescindibles y sin anestesia no se podrían hacer.
A veces, tras la anestesia, pueden frenarse ligeramente las contracciones espontáneas, eso no debe ser un contratiempo importante pues las podemos estimular fácilmente con medicación. Sí que tiene su parte de veracidad la creencia de que aumenta el porcentaje de partos instrumentados en las pacientes con epidural, pero esto es debido a dos factores:
Otro factor a tener en cuenta, y más con el auge de los tatuajes cutáneos, es que la punción a través de la piel tatuada puede arrastrar los pigmentos metálicos del tatuaje hasta el líquido cefalorraquídeo pudiendo eventualmente producir una encefalitis química. Todo y que es un tema controvertido y no hay un consenso uniforme al respecto, lo que sí es cierto es que la inmensa mayoría de anestesiólogos evitaran en la medida de lo posible acceder por la zona tatuada, abordando por zonas de piel libres de pigmento, limitando en algunos casos las posibilidades de éxito.
Mi opinión profesional y como madre de tres hijos que ha tenido la experiencia de tres partos, es que, generalizando, la epidural como conducción del parto es el mejor de los inventos y tiene con creces muchas más ventajas que inconvenientes.
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