Disponer de la mayor cantidad de información posible acerca del desprendimiento de retina puede ayudar a minimizar sus consecuencias. ¡Atención a sus síntomas!
El desprendimiento de retina es una enfermedad ocular grave que se produce cuando la retina se separa de la pared interna posterior del ojo, dejando la zona de retina afectada sin riego sanguíneo y produciendo una pérdida indolora y progresiva de la visión. Inicialmente el desprendimiento puede ser localizado, pero sin tratamiento tiende a extenderse, afectando finalmente a toda la retina y, por tanto, acabando en ceguera completa de ese ojo.
Existen diversos tipos de desprendimiento de retina: regmatógeno, traccional, exudativo, mixto…
El primero es el más frecuente y se produce cuando la retina neurosensorial se separa del epitelio pigmentario al que en condiciones normales está adherida, acumulándose líquido en el espacio que queda entre ambas. Ocurre asociado a una rotura en la retina, habitualmente debilitada en la parte más periférica o con degeneración predisponente (60% de los casos), lo que permite que el vítreo licuado (degenerado) pase al espacio subretiniano.
Las roturas retinianas incluyen los desgarros y los agujeros; los primeros se desarrollan por tracción del vítreo sobre la retina y los segundos suelen tener un origen atrófico (desgaste).
La retina es la porción más interna de la pared del ojo. Se sitúa en la parte posterior del globo ocular, tapizando su interior y es la responsable de la captación del estímulo luminoso. La componen varias capas, que, de una forma simplificada, se incluyen en dos subgrupos: la retina neurosensorial (más interna), en la que se encuentran las células sensibles a la luz y, por otro lado, el epitelio pigmentario (más externa).
El vítreo es una sustancia gelatinosa y transparente que ocupa 2/3 del volumen total del ojo (formando la cavidad vítrea). Está formado en el 99% de su composición por agua y limita en su parte anterior con el cristalino y en la posterior con la retina.
La incidencia de esta enfermedad se estima en 1 caso de cada 10.000 habitantes por año. El desprendimiento de retina regmatógeno es el más frecuente y aparece sobre todo de forma bilateral (ambos ojos) y es más frecuente entre los 40-70 años de edad, con pico máximo en la quinta década de la vida. Puede aparecer por igual en hombres y en mujeres.
Hay dos síntomas que son apreciados en el 60% de los casos:
Otros síntomas son:
Al ser una patología que no causa dolor, se pueden malinterpretar los síntomas como aparentemente inofensivos y retardar la consulta al oftalmólogo.
La aparición de los síntomas anteriormente mencionados debe ser motivo de consulta urgente con un oftalmólogo. Es muy importante hacer un diagnóstico lo más rápidamente posible.
El desprendimiento de retina se diagnostica revisando el fondo de ojo después de haber procedido a la dilatación de la pupila mediante fármacos específicos (para poder examinar la mayor superficie posible del interior del ojo).
La cirugía debe ser lo más precoz posible para mejorar la tasa de éxito y el resultado visual final. Antes de proceder a la intervención, al paciente se le recomendará reposo adoptando medidas posturales específicas a fin de evitar o minimizar la progresión del desprendimiento, facilitando con ello el acto quirúrgico.
El objetivo principal será “cerrar” las roturas retinianas y devolver la retina a su posición natural. Para ello podemos recurrir a diferentes técnicas, algunas de las cuales resumimos a continuación:
Las alteraciones preexistentes en la retina periférica (desgarros retinianos, agujeros atróficos, etc.) deben ser tratadas cuanto antes para evitar que ocasionen problemas más graves, principalmente mediante técnicas de fotocoagulación con láser o crioterapia.
En los pacientes con desprendimiento de retina en un ojo debe explorarse siempre el ojo contralateral sano con el fin de buscar y tratar de forma preventiva las degeneraciones existentes.
El pronóstico visual depende de si existe o no desprendimiento de la mácula. Si la mácula no se ve afectada probablemente se mantendrá la agudeza visual preoperatoria o tan sólo ligeramente disminuida. Después de la cirugía, la visión suele ir mejorando de forma gradual durante un periodo de días o semanas. Si, por el contrario, la mácula está afectada, el resultado dependerá del tiempo de evolución.
Se consigue la solución del problema en el 95% de los casos con un diagnóstico precoz y una buena cirugía. Si la cirugía tarda más de una semana en realizarse, la posibilidad de recuperar la visión es mucho menor. En este sentido, es especialmente importante recordar que la población en riesgo se someta a revisiones oculares periódicas, como mínimo una vez al año.