Antes de profundizar en el tema vamos a aclarar algunos conceptos muy divulgados, y poner en contexto a la prednisona/prednisolona (a continuación, veremos la diferencia), que pertenecen al grupo de corticoides de acción intermedia.
Se indican en infinidad de enfermedades siendo sus principales funciones la antiinflamatoria, la inmunosupresora (por ejemplo, en enfermedades autoinmunes o para evitar el rechazo en trasplantes de órganos) y la antineoplásica coadyuvante (se administran junto a fármacos antineoplásicos para minimizar sus efectos). Tienen un papel estrella en el tratamiento urgente de una anafilaxia o reacción alérgica grave y en un episodio de asma agudizado, por ejemplo.
La definiríamos como un glucocorticoide de acción intermedia que al ser ingerido vía oral se transforma en el hígado en prednisolona (o forma activa).
La posología de la prednisona se calcula en función del peso del individuo y según la patología a tratar. Para procesos graves calcularemos dosis elevadas al inicio, mientras que al mejorar o en procesos leves emplearemos dosis bajas. En caso de tratamientos crónicos o prolongados la dosis inicial debe ser supervisada y reducida en cuanto los síntomas mejoran hasta conseguir la dosis mínima eficaz de mantenimiento.
En el momento actual, la prednisona es uno de los fármacos de elección para procesos inflamatorios y cuando está previsto un tratamiento de larga duración. Está comercializada en comprimidos de diferentes posologías (5, 10 y 30 mg) según la dosis que precisemos prescribir.
Se emplea para múltiples enfermedades entre las más relevantes:
Como curiosidad, ¿sabías que en situaciones de extraordinario estrés físico, por ejemplo, en enfermedades febriles, accidentes o intervenciones quirúrgicas, puede ser preciso aumentar temporalmente la dosis diaria de corticoides para conseguir el mismo efecto?
En general, en los tratamientos con corticoides nos guiamos por los siguientes principios:
¡Y ojo!, en caso de que el paciente sea deportista debemos advertirle de que la prednisona contiene un componente que puede dar positivo en un resultado analítico de control de dopaje.
Como el resto de fármacos, el tratamiento con prednisona tiene unas contraindicaciones absolutas, sobre todo en tratamientos prolongados. No deben emplearse en caso de Infecciones víricas agudas (como varicela o herpes zoster) o cuando el paciente precise una vacunación profiláctica. Así mismo, por los efectos adversos que puedan aparecer se recomienda cautela en los pacientes diabéticos, osteoporóticos, hipertensos, con glaucoma o ulcus péptico.
En tratamientos de corta duración con prednisona la incidencia de aparición de reacciones adversas es baja. En tratamientos prolongados las reacciones adversas más frecuentes asociadas a la prednisona serían: típica cara de luna llena, hiperglucemia, aumento de peso, aumento de colesterol, aumento de triglicéridos, retención de líquidos, hipertensión, disminución de potasio, mala cicatrización de las heridas, estrías, acné, hiperpigmentación, aumento del riesgo de trombosis, osteoporosis y aumento del riesgo de fracturas, malestar abdominal (en casos graves úlcera gastroduodenal y pancreatitis), insomnio, euforia, cambios de personalidad, depresión, trastornos de las hormonas sexuales (alteraciones menstruales, aumento de vello), impotencia…
Los tratamientos prolongados con corticoides hacen que no se secreten los endógenos. Por ello su retirada brusca puede ocasionar una deprivación de los niveles que puede causar síntomas como: dolor abdominal, náuseas, cefalea, fiebre, dolor articular o muscular, malestar general e hipotensión. Para evitarlo, en caso de tratamientos de más de tres semanas de duración, deben suspenderse gradualmente.
Debemos tener precaución respecto al resto de tratamientos que realice el paciente como anticoagulantes, antidiabéticos (la prednisona reduce los efectos de los antidiabéticos y puede ocasionar hiperglucemia), antiinflamatorios (aumenta el riesgo de úlcera gastroduodenal), relajantes musculares, diuréticos, etc.
Como puedes imaginar durante el embarazo el tratamiento debe limitarse a los casos absolutamente necesarios. El uso de corticoides sólo se acepta cuando no existe otra alternativa terapéutica más segura.
Durante la lactancia sería una medicación compatible si está médicamente justificada. Cuando la madre precisa una dosis alta de tratamiento puede ser interesante minimizar el paso a leche al bebé esperando tres o cuatro horas para amamantar tras la toma de la dosis. La Academia Americana de Pediatría la contempla como medicación compatible con la lactancia, pero siempre supervisada médicamente.
Estoy segura de que todos nosotros tendremos contacto con algún corticoide en algún momento de nuestra vida ya sea por un episodio alérgico, por una crisis asmática, por una infiltración de una articulación dolorosa o por un proceso inflamatorio rebelde. Existe un amplio repertorio y constituye un grupo terapéutico muy socorrido en nuestra práctica médica diaria.