A pesar del uso frecuente del ajo en la cocina de numerosas culturas, como la mediterránea, su importancia nutritiva en la dieta cotidiana es prácticamente insignificante. Esto se debe fundamentalmente a su empleo como saborizante en pequeñas cantidades y no como alimento. Descubramos más acerca de este bulbo.
Esta planta, de nombre botánico Allium sativum, es un bulbo perteneciente a la familia de las Liliaceae al igual que la cebolla, el puerro, la cebolleta y la charlota; todas ellas de característico aroma y sabor un tanto fuerte y picante.
El ajo es cultivado desde tiempos inmemoriales por el hombre, y se cree que es originario de las estepas de Asia Central y fue cultivada en China, Mesopotamia y en Egipto desde hace miles de años. En la actualidad, es muy apreciado como condimento, y se cultiva en casi todo el mundo, principalmente en Asia, donde se obtiene más del 80% de la producción mundial.
El origen del cultivo del ajo por el hombre es muy antiguo, su uso se remonta a miles de años en la historia de la humanidad. Los primeros vestigios documentados datan los 2500 a C en el antiguo Egipto. Los faraones daban ajos a los trabajadores de sus pirámides para que se mantuvieran sanos y fuertes, tal como atestiguan los grabados encontrados en diferentes pirámides como también en el papiro de Ebers (1.700 a.C.), considerado uno de los documentos escritos más antiguos del mundo.
Fue muy apreciado por los romanos y griegos. En la Edad Media el ajo fue considerado remedio y protección contra las pestes y epidemias. A partir del siglo XVII el ajo fue consumido sólo por las clases bajas, ya que la alta sociedad lo rechazaba por su fuerte olor.
El ajo presenta distintos componentes, entre ellos, agua, fructosa, compuestos azufrados, fibra y aminoácidos libres. Contiene altos niveles de vitamina C y A, y bajos en vitaminas B. Asimismo, posee un alto contenido de compuestos fenólicos, polifenoles y fitoesteroles. En cuanto a los minerales, tiene concentraciones importantes de potasio, fósforo, magnesio, sodio, hierro y calcio. También presenta contenido moderado en selenio y germanio, pero dicha concentración va a depender del suelo donde crecen los bulbos.
Las propiedades medicinales del ajo se atribuyen principalmente a su alto contenido en compuestos azufrados, sustancias bioactivas con importantes aplicaciones en el campo de la salud. Estos son los principales compuestos azufrados del ajo y sus posibles acciones biológicas:
El componente activo mayoritario en el ajo es la aliína, una sustancia inodora y estable en el interior del diente de ajo. Si se mantienen los bulbos a baja temperatura la aliína se mantiene inalterable, mientras que cuando el ajo es machacado, triturado o cortado, la aliína se transforma en alicina por la acción de la enzima aliínasa. Esto sucede también con otros compuestos azufrados responsables todos ellos del distintivo olor de ajo.
En los últimos 30 años se han realizado numerosos estudios, tanto in vitro como in vivo, sobre la química y las propiedades farmacológicas del ajo. A continuación, detallaremos las propiedades más documentadas y utilizadas en el campo de la salud:
La oxidación causada por los radicales libres contribuye al proceso de envejecimiento. El ajo contiene antioxidantes que sostienen los mecanismos de protección del cuerpo contra la oxidación. Se ha demostrado que dosis elevadas de suplementos de ajo aumentan las enzimas antioxidantes del ser humano reduciendo considerablemente el estrés oxidativo.
El ajo ejerce un importante papel en la prevención de la enfermedad cardiovascular, reduciendo los niveles de lípidos en sangre tanto el colesterol como los triglicéridos. Ayuda a reducir el LDL-colesterol (colesterol “malo”), a inhibir su oxidación.
Se ha podido demostrar un efecto hipotensor moderado de la presión arterial con dosis de 600-900 mg/día. Este efecto antihipertensivo probablemente se debe a su efecto vasodilatadoR.
El ajo tiene varios efectos que aumentan la inmunidad, como la estimulación y la proliferación de linfocitos y macrófagos, células inmunitarias encargadas de reconocer sustancias extrañas y producir anticuerpos para su destrucción. También se ha demostrado que el ajo aumenta la actividad de las “células asesinas” naturales (protectores frente a agentes patógenos).
Se ha demostrado, in vivo, que la alicina, los ajoenos y trisulfuro de dialilo son activos contra bacterias de amplio espectro. También se ha comprobado su efectividad antifúngica frente a Candida y otros hongos, con una eficacia similar a principios activos medicamentosos actuales.
Estudios epidemiológicos y ensayos realizados en animales han demostrado que el consumo de ajo ejerce un efecto protector en la incidencia de determinados cánceres, como el gástrico, colo rectal y de mama. Dicho efecto parece deberse a diversos mecanismos como: ser captador de radicales libres, incrementar los valores de glutatión (antioxidante propio), ayudar en mecanismos de reparación de ADN, entre otros más.
Además de su uso culinario, el ajo puede encontrarse en forma de suplemento (cápsulas o perlas) para poder manifestar su efecto terapéutico.
Las dosis que se pueden utilizar en la cocina no suelen presentar problemas. Otra cosa es la suplementación de la dieta con ajo, y en este caso es conveniente saber que el extracto de ajo tiene algunas interacciones con algunos medicamentos, así como contraindicaciones en situaciones concretas: