En la práctica habitual hablamos de neumonía para referirnos a la infección que afecta a la vía respiratoria baja. Sin embargo, debemos diferenciar el término neumonía del término bronquitis, ambos procesos relacionados con una infección respiratoria. La neumonía hace referencia a la afectación del parénquima pulmonar y suele ser de causa bacteriana, mientras que la bronquitis se refiere a la afectación de la vía respiratoria y suele ser de causa vírica.
La neumonía, por excelencia, es la llamada neumonía adquirida en la comunidad (NAC) o neumonía extrahospitalaria, que afecta a la población general. Se trata de una infección aguda pulmonar que se manifiesta por signos y síntomas de infección respiratoria baja. Otras neumonías específicas serían la neumonía en pacientes inmunodeprimidos y la neumonía nosocomial.
La neumonía adquirida en la comunidad abarca el protagonismo por su gran incidencia y la morbimortalidad que acarrea. Un alto porcentaje de pacientes (sobre todo en la edad senil) precisa ingreso hospitalario e incluso en la unidad de cuidados intensivos no siendo despreciable el número de muertes que ocasiona.
El diagnóstico de neumonía se sospecha ante un paciente que presenta determinados síntomas como pueden ser: fiebre, escalofríos, tos persistente, mucosidad purulenta (amarilla o verdosa y espesa), dolor en el costado, disnea o falta de aire, mal estado general… En la auscultación podemos encontrar la presencia de moco. Es frecuente que el paciente acuda a la visita médica tras varios días de presentar síntomas y después de haberse automedicado de forma sintomática sin evidenciar mejoría clínica.
Tras la exploración, la prueba que solicitaremos para llegar al diagnóstico será una radiografía de tórax (siempre solicitamos dos proyecciones diferentes), donde evidenciaremos una lesión radiológica aguda compatible (en forma de infiltrado). Podremos valorar su localización, su extensión y la presencia de posibles complicaciones como pueden ser un derrame pleural. Si existe afectación del estado general nos ayudaremos de otras pruebas complementarias para el diagnóstico como puede ser una analítica sanguínea, una muestra del esputo, un hemocultivo o una broncoscopia.
El germen más frecuentemente encontrado en los aislamientos es el Streptococcus pneumoniae (o neumococo). Los pacientes más sensibles a este germen son: fumadores, pacientes respiratorios crónicos, con enfermedades avanzadas, edad senil, esplenectomizados (pacientes sin bazo) o pacientes tratados con corticoides. En esta población de riesgo está indicada la administración de la vacuna frente al neumococo de forma profiláctica.
Existen otros posibles agentes causales de neumonía adquirida en la comunidad como pueden ser algunos virus (varicela, gripe…), el Mycoplasma, la Chlamydia, la Legionella, la Pseudomona o el Staphylococcus.
Mención especial requiere la infección por legionella (bacteria gram negativa), cuyo único reservorio es el agua, especialmente la estancada a temperaturas entre 25 y 45ºC. Se transmite por inhalación de aerosoles o microaspiraciones de agua, y penetra en el organismo por vía aérea. Un foco temido es el sistema de agua hospitalario por suponer un riesgo para los pacientes hospitalizados. Los controles periódicos que deben realizarse son muy exhaustivos.
La neumonía nosocomial es aquella adquirida en el hospital en las 48-72 horas tras el ingreso, siempre que se haya excluido un proceso infeccioso pulmonar ya presente antes. Es la segunda causa de infección hospitalaria tras la infección urinaria y la primera causa de infección en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del hospital.
La neumonía en pacientes inmunodeprimidos puede tener características especiales, siendo posible encontrar unos agentes causales atípicos. Los síntomas pueden consistir en malestar general, escalofríos, fiebre, rigidez, tos, disnea y dolor torácico. Sin embargo, los pacientes inmunocomprometidos pueden no tener fiebre ni signos respiratorios y tienen menos cantidad de mucosidad purulenta. En algunos casos, el único signo de alarma es la fiebre sin un foco infeccioso aparente. La presentación atípica hace sospechar de una infección micótica o micobacteriana o viral oportunista. El tratamiento dependerá del estado inmunitario del paciente y del germen patógeno que cause la infección.
Una vez confirmado el diagnóstico, se inicia inmediatamente un tratamiento antibiótico empírico. No siempre será necesario un ingreso hospitalario para el control evolutivo. En la mayoría de la población se realiza tratamiento ambulatorio. En pacientes de riesgo o con gran afectación del estado general estará indicado el ingreso hospitalario para la administración de antibiótico endovenoso y el seguimiento clínico de los síntomas.
Es importante recalcar que la pauta antibiótica en caso de neumonía (infección respiratoria baja) es mucho más larga que la de una infección de vía respiratoria alta. Asimismo, puede estar indicada la combinación de dos antibióticos de familias diferentes. A pesar de que el tratamiento antibiótico aporta una gran mejoría clínica es posible notar cansancio y afectación del estado general hasta tres semanas después de finalizar el tratamiento. En general, la eficacia del tratamiento antibiótico no puede evaluarse hasta pasadas las primeras 48-72 horas, por lo que no es necesario modificarlo si no existe empeoramiento. La duración del tratamiento depende de varios factores específicos como la gravedad del paciente, la rapidez en la respuesta clínica y el microorganismo causal.