La muerte es un hecho ineludible al cual, si no sucede de manera brusca, todos vamos a llegar, ya sea a causa de enfermedades que evolucionan hacia etapas finales, por varios problemas de salud que en su conjunto imposibiliten seguir con vida, o bien porque se haya alcanzado un grado de fragilidad extrema en la cual el cuerpo no dé más de sí.
De una persona que está en alguna de estas situaciones decimos que entra en una fase terminal. Es decir, se sabe con certeza que morirá en un periodo de tiempo breve y ya no se le aplican medidas terapéuticas, si no que los tratamientos que reciben son para aliviar los síntomas, a la vez que se garantiza el apoyo tanto al enfermo como a su entorno. Este abordaje integral tanto físico como emocional es de lo que se encargan los cuidados paliativos.
En general, las personas asociamos el trabajo de la medicina paliativa a los pacientes oncológicos. Sin embargo, los cuidados paliativos no son exclusivos de la oncología, sino que se pueden aplicar a cualquier enfermedad de larga evolución que entra en una fase irreversible, como la insuficiencia cardíaca, respiratoria, renal o hepática, los diferentes tipos de demencias, o los ancianos con varias patologías que, sin ser ninguna ellas grave de manera aislada, en su conjunto lo hacen frágil e imposibilitan que la persona siga con vida por demasiado tiempo.
Los cuidados paliativos, independientemente de a qué tipo de paciente se apliquen, se rigen siempre por los mismos principios:
Las personas que arrostran una situación terminal de manera lúcida suelen tener una serie de deseos que coinciden con los principios mencionados arriba, junto con la voluntad de conservar el sentido de control sobre su situación, aliviar la carga de los cuidadores principales e intensificar la relación con sus seres queridos. El proceso paliativo debe facilitar activamente estos deseos.
La medicina paliativa aboga por una muerte digna, a poder ser en el domicilio y acompañado de los seres queridos por el paciente. La mayoría de los pacientes terminales desean esta situación y, sin embargo, muchas veces esto no ocurre, por las dificultades del entorno familiar y por la falta de una cobertura asistencial continuada en el domicilio y una correcta coordinación entre los diferentes grupos asistenciales implicados en el cuidado paliativo. No podemos decidir cómo nacemos, pero todos deberíamos poder decidir cómo queremos morir.
Precisamente en los momentos finales de la vida es cuando resulta más necesario que se ofrezca un soporte integral al paciente y su entorno, con humanidad, con empatía, con respeto por las creencias de cada persona y, sobre todo, salvaguardando la dignidad del paciente y de sus seres queridos. La muerte, en tanto que inevitable, debería ser siempre digna.