La persona con Trastorno Límite de la Personalidad (TLP) camina día a día por la vida buscando el equilibrio como un funambulista en la cuerda floja. Abajo se extiende un abismo contra el que batalla por no caer y necesita de una barra que lo estabilice para no precipitarse hacia lo más profundo.
Durante muchos años, el TLP se había considerado el cajón de sastre de la psiquiatría. Son tan variadas sus manifestaciones y los trastornos que se vinculan con él, que en principio no encajaba en ninguna de las dos grandes categorías diagnósticas tradicionales, ni en las neurosis ni en las psicosis, ya que tenía elementos de ambas. Por eso, cuando en 1980 se creó como categoría con entidad propia en el DSM (manual que compila y define los trastornos psiquiátricos), se denominó trastorno límite (o borderline). Es irónico que esta desubicación tanto tiempo sostenida dentro de la psiquiatría se corresponda también con una gran desubicación a nivel vital en las personas con TLP.
El TLP es un síndrome complejo y heterogéneo que está sobre todo asociado con la inestabilidad emocional y el control de impulsos. Afecta al 2% de la población adulta, y es el trastorno más frecuente en poblaciones clínicas ya que requiere de ingresos y consultas diversas tanto por la gravedad de sus síntomas como por los trastornos que tiene asociados: trastornos del estado de ánimo (depresión, trastorno bipolar, etc.), de ansiedad, de alimentación, de abuso de sustancias y elevada tasa de suicidio, cuestiones todas ellas que generan una amplia demanda asistencial.
A pesar de que se ha tendido a considerar un trastorno más propio del sexo femenino, se sabe que afecta a ambos sexos por igual, aunque se diagnostica más a mujeres por motivos culturales. La edad de inicio se sitúa a finales de la adolescencia o principios de la edad adulta, aunque frecuentemente aparezcan síntomas ya durante la infancia (entre los 8-11 años).
Los síntomas fundamentales en los que se manifiesta el trastorno son:
Es importante remarcar que el diagnóstico de TLP siempre debe realizarlo un profesional (psiquiatra o psicólogo)
El origen del TLP es una mezcla de distintos factores y circunstancias genéticas, bioquímicas, neurofisiológicas, pero también de factores aprendidos y modulados desde la infancia a la adultez a nivel familiar y social. Los factores de riesgo incluyen:
Son tantas las reacciones negativas que generan las personas con TLP que hay una tendencia a pasar por alto sus aspectos positivos. No sólo tienen una gran capacidad empática sino también una sensibilidad especial, una especie de sexto sentido que les permite detectar en qué estado emocional se encuentran las personas de su alrededor, por lo que son capaces de hacerlas muy felices en los momentos buenos. Al ser personas intensas, tanto lo malo como lo bueno se acentúa. Tienden a ser personas inteligentes.
Cada persona es un mundo, por lo que la psicoterapia requiere abordar aspectos específicos para las necesidades de cada una. Sería como hacer un traje a medida. No obstante, algunos aspectos que habitualmente se trabajan en psicoterapia con esta problemática son: la identidad y la diferenciación con los demás, las emociones y su regulación emocional, los límites y las relaciones personales, el autocuidado, etc.
En los últimos años se está cambiando la forma de entender el curso del trastorno. Ha pasado de ser considerado como algo “incurable” a aparecer múltiples propuestas de tratamiento con resultados, cuanto menos, reveladores. Es cierto que no son tratamientos cortos, ya que es necesario modificar aspectos básicos de la personalidad, pero hay luz al final del túnel. Todo lo aprendido se puede desaprender.
Lo más urgente es crear la tranquilidad y estabilidad necesarias para establecer con qué aspectos se identifican de sí mismos y diferenciarlos de aquellos que están más relacionados con el aprendizaje o la falta de habilidades y recursos. Hay que llenar huecos para, poco a poco, ir integrando la personalidad y descubriendo a la persona. En la edad madura tienden a mejorar los síntomas.
Si bien la tendencia puede ser ir hacia la cuerda en cuanto aparezca, hay muchas formas de caminarla: el funambulista puede ir armado con cuerdas, atalajes y sujeciones varias, casco y paracaídas, o incluso motores a reacción que hagan decidir el propio vuelo y hacer que el equilibrio sea más una realidad que una excepción.