Ante la palabra asma reaccionamos con una inspiración profunda y es porque se asocia a la obstrucción del flujo aéreo. El asma se define, concretamente, como la inflamación crónica de las vías aéreas que suele acompañarse de una hiperreactividad bronquial (abanico de síntomas de predominio alérgico como rinorrea, obstrucción nasal y tos seca).
Algunas características clínicas incrementan la probabilidad de sufrir asma en adultos, por ejemplo:
El diagnóstico de asma se sospecha ante la manifestación de determinados signos y síntomas por parte del paciente (disnea, sibilancias, tos, opresión torácica y tos).
Existen pacientes con síntomas durante todo el año, pero es más frecuente la manifestación en forma de episodios que pueden ser espontáneos o desencadenados por los factores mencionados (ejercicio, infecciones, animales, tabaco, exposición a alérgenos o aire frío, ingesta de determinados fármacos como ácido acetil salicílico o ß-bloqueantes y ambientes húmedos).
Estos síntomas no son patognomónicos o exclusivos de asma, puesto que pueden encontrarse en otras patologías respiratorias. Es preciso realizar una exploración funcional que incluiría tres tipos de pruebas:
No siempre se realizan las tres pruebas para llegar al diagnóstico. Sin embargo, en algunas ocasiones, a pesar de realizar las tres, tampoco puede confirmarse.
La espirometría sería la prueba estrella (ya sabes que es aquella en la que hacemos inspirar profundamente y soplar fuertemente en un tubo para analizar el aire espirado). Es una prueba respiratoria funcional que analiza los volúmenes pulmonares y los flujos aéreos pudiendo evidenciar la obstrucción al flujo aéreo (característica del asma). Tengo que decirte que una espirometría negativa no descarta el diagnóstico de asma, pero un resultado positivo es útil para confirmarlo. Sería la primera prueba a realizar para valorar la presencia y la gravedad de la obstrucción.
Por si has lo has oído en alguna ocasión, te aclaro que existen dos tipos de espirometrías: la simple y la forzada.
Para el diagnóstico de asma se solicita la espirometría forzada. De todos los parámetros que obtenemos en el estudio, uno de los más relevantes es el llamado volumen espiratorio máximo espirado en el primer segundo (Forced Espiratory Volume o FEV1): es el volumen de aire expulsado en el primer segundo de la espiración forzada. En caso de asma estará característicamente disminuido por tratarse de una alteración ventilatoria obstructiva.
Consiste en la realización de una segunda espirometría 15 minutos después de que el paciente inhale un broncodilatador de acción rápida. La consideraremos positiva cuando mejora el parámetro analizado comparando con la espirometría convencional. Es decir, aumenta el volumen de aire que espira el paciente porque el broncodilatador le ha abierto la vía respiratoria obstruida.
Concretamente, en el caso del FEV1 se debe obtener un aumento mayor de 12% del valor de la espirometría basal.
Un resultado positivo nos permite estar bastante seguros del diagnóstico y nos confirmaría el diagnóstico de asma. Sin embargo, una prueba negativa no sirve para descartar asma y obliga a seguir investigando.
Pretende justo lo contrario del anterior, provocar un broncoespasmo controlado y detectable. Se emplean diferentes sustancias o se hace realizar determinadas maniobras (como ejercicio físico) que persiguen una acción broncoconstrictora.
Tras administrar la sustancia (normalmente metacolina) o realizar ejercicio (en tapiz rodante) se hace una nueva espirometría comparando con los resultados de la inicial.
En este caso si el FEV1 disminuye más de un 10% la prueba será positiva y sugerirá Hiperreactividad bronquial (característica de varias entidades: asma, EPOC, bronquiectasias, infecciones respiratorias…).
Hasta ahora, la clasificación utilizada diferenciaba entre asma leve intermitente o persistente, asma moderada y asma grave.
Actualmente la gravedad se mide por el grado de control con el tratamiento correspondiente. Así, un paciente que sólo precise tratamiento para los episodios asmáticos esporádicos tendrá un asma “leve intermitente” mientras que el que precisa tratamiento a diario puede tener asma leve persistente, asma moderado o asma grave.
El asma suele manifestarse en forma de episodios recurrentes (llamados crisis asmáticas) y caracterizados por la presencia de sibilancias (pitidos de predominio espiratorio), disnea (dificultad en la respiración), opresión torácica (dificultad de expansión torácica) y tos, sobre todo durante la noche o la madrugada. Estos episodios se asocian a un mayor grado de obstrucción al flujo aéreo del habitual y revierten de forma espontánea o con tratamiento.
Todos los pacientes con asma pueden sufrir episodios de exacerbaciones que se caracterizan por un incremento progresivo de los síntomas con empeoramiento de la función respiratoria durante las mismas.
Las causas más frecuentes de las crisis son la exposición a alérgenos, las infecciones respiratorias víricas, un tratamiento mal ajustado o un mal cumplimiento.
La gravedad de las exacerbaciones o crisis puede variar desde leve hasta grave. El tratamiento de una crisis es diferente al tratamiento de base del paciente. Pueden requerirse corticoides endovenosos, inhalaciones en forma de nebulizaciones y oxígeno.
Tras la crisis siempre debe revisarse el tratamiento de base, su cumplimiento y los posibles desencadenantes (es importante detectarlos para intentar prevenir futuras crisis). Es importante comprobar que el paciente esté correctamente adiestrado en cuanto al manejo del tratamiento. No dudes en consultar con tu neumólogo si te queda alguna duda al respecto.