Los ataques de pánico, también llamados crisis de angustia, se enmarcan en los conocidos como trastornos de la ansiedad ya que aparecen como síntoma en muchos de ellos. Por lo tanto, antes de empezar a hablar sobre ellos vamos a definir qué queremos decir cuando hablamos de ansiedad.
La ansiedad es un estado subjetivo, por lo tanto, una vivencia de malestar, tensión, incomodidad y alarma que hace que uno se sienta molesto. Al sentirse de esta manera, la respuesta más típica es la de intentar evitar esta sensación de alguna manera. La diferencia principal entre ansiedad, miedo y fobia es que en el caso de la ansiedad el estímulo desencadenante es interno, difuso, subjetivamente peligroso e inexistente fuera de la realidad interna de la persona. Esto hace especialmente delicado el manejo de este estado ya que resulta más fácil huir de la presencia de una araña que de las propias ideas.
En los principales manuales de psicopatología se describen tres aéreas de afectación:
Cabe matizar que estas tres áreas no se activan por igual en todas las personas, sino que cada cual tiene su particular vivencia y experiencia de la ansiedad y por ello se hace indispensable tratar cada caso con suma atención e interés.
Una crisis de angustia es la aparición aislada y temporal de un malestar o miedo intenso al que le acompañan una serie de síntomas psicológicos y somáticos. Normalmente, el ataque de pánico se inicia de forma brusca y habitualmente alcanza su máxima expresión en menos de 10 minutos, acompañándose a menudo de una sensación de peligro de muerte inminente y de una urgente necesidad de escapar. Los síntomas más frecuentes son: aturdimiento, nerviosismo, taquicardia, palpitaciones, sudoración, sensación de ahogo, molestias abdominales, mareos, miedo a volverse loco, sensación de irrealidad, despersonalización, miedo a morir, etc.
La persona que padece un ataque de pánico se muestra aterrorizado y queda muy fatigado tras la crisis.
Los manuales diagnósticos coinciden en que existen tres tipos de crisis de angustia:
Como curiosidad, cabe señalar que este tipo de crisis pueden darse incluso cuando la persona está dormida.
Es muy importante tener en cuenta que los ataques de pánico pueden formar parte de cuadros sintomáticos diversos. Por lo tanto, lo más importante es que se haga un buen diagnóstico y que se determine, en primer lugar, de qué tipo de trastorno de la ansiedad estamos hablando. Una vez hecho este paso, son diversos los tratamientos que han demostrado su eficacia. De manera general, podemos nombrar algunos, aunque insistimos en que para que el tratamiento sea eficaz primero se habrá de hacer un buen diagnóstico.
Los tratamientos farmacológicos más utilizados son los antidepresivos y las benzodiacepinas. Por otro lado, en el campo de la psicoterapia, numerosas escuelas han mostrado su eficacia. Cabe destacar los tratamientos de índole cognitivo-conductual combinados con técnicas de control de la respiración. También son eficaces a más largo plazo tratamientos psicoanalíticos enfocados a proveer experiencias emocionales de toma de conciencia de los propios conflictos internos en el marco de la relación con el terapeuta que pueden progresivamente ayudar al paciente a fortalecer sus recursos personales.
Los ataques de pánico son un síntoma de que existe un trastorno de la ansiedad. Por eso, si los hemos padecido o tenemos a alguien cercano que los padece es importante que nos pongamos o recomendemos a la persona que lo padece ponerse en tratamiento.
En el momento en el que sucede lo más importante es tener en mente su naturaleza transitoria, aceptarlo sin resistencia, adoptar una postura cómoda y hacer respiraciones abdominales. Estas generalidades las podemos usar con nosotros mismos si somos “la víctima” o podemos ayudar a la persona que lo padece atendiéndola e invitándola a que las aplique. Es importante en esos momentos no minimizar su vivencia con comentarios del tipo “esto no es nada”, “se te pasará”, “tranquilízate”, etc. ya que esto puede tener el efecto contrario. La persona que padece este ataque necesita sentirse entendida, acompañada y contenida. Por lo tanto, hay que preguntarle qué necesita e intentar atender aquellas necesidades que pueda expresar con una actitud compasiva de escucha y atención. Si la situación nos desborda podemos llamar a un médico o acompañarla al hospital o servicio de urgencias ambulatorias más cercanas.