La gripe es una enfermedad aguda de causa vírica que afecta, sobre todo, a la vía respiratoria. Suele acompañarse de un cortejo de síntomas variable que la convierte en un síndrome caracterizado por una afectación repentina del estado general (fiebre, escalofríos, cefalea, dolor osteomuscular, fatiga, astenia y debilidad) y síntomas respiratorios (tos, mucosidad y dolor al tragar u odinofagia).
Aparece en forma de brotes de diferente virulencia de un año para otro. Existen algunos colectivos de personas especialmente lábiles ante estas epidemias: ancianos, inmunocomprometidos o pacientes con patología crónica respiratoria cuya infección puede acarrearles consecuencias graves.
El virus causante de la gripe pertenece a la familia Orthomyxoviridae y se distribuye en tres géneros: influenza A, B y C. Los virus A y B son los más importantes en seres humanos. Los brotes epidémicos son debidos a variaciones antigénicas del virus A, generalmente durante el invierno, de forma repentina y con una duración aproximada de dos o tres meses. El virus influenza B provoca brotes menos graves y menos extensos. El virus influenza C es poco frecuente y produce infecciones asintomáticas o muy leves.
La transmisión de la gripe de persona a persona se produce por vía aérea, ya sea a través del habla, de la tos, de estornudos o de las gotas desprendidas al respirar o hablar. Tras la infección, el virus incuba en el receptor durante uno a cuatro días, tras los cuales empiezan a aparecer los síntomas. El contagio puede darse desde el momento de la infección del individuo (aunque aún no hayan aparecido síntomas) y hasta siete días después de estar asintomático. Una persona infectada puede transmitir la enfermedad, aunque esté totalmente asintomática.
El diagnóstico de la gripe es absolutamente clínico por los síntomas que nos indica el paciente. No suele requerirse la realización de análisis, excepto en casos especiales en los que se recogen muestras en las primeras 48-72 horas del inicio de los síntomas coincidiendo con la máxima carga viral excretada por el paciente.
Una vez instaurada la gripe, cursa como un cuadro banal de dos a cinco días (en casos no complicados). Puede prolongarse más días en determinados colectivos como niños, ancianos e inmunodeprimidos. En pacientes complejos se asocia a un mayor riesgo de complicaciones graves, siendo las más frecuentes las respiratorias (neumonía y empeoramiento de enfermedades de base como asma o EPOC), seguidas de las neurológicas, cardíacas y musculares.
¿Qué factores contribuyen a la aparición de complicaciones? Podríamos citar los adultos mayores de 65 años, las embarazadas, los pacientes de cuaquier edad con enfermedades crónicas y los inmunodeprimidos (incluyendo a los pacientes oncológicos en tratamiento con quimioterapia).
A pesar de no existir un tratamiento específico, suelen recomendarse unas medidas generales que deben seguirse y que incluyen: hidratación abundante, reposo relativo y un tratamiento sintomático consistente en antipiréticos, antitusígenos, antihistamínicos y/o analgésicos, en función de los síntomas predominantes. En caso de pacientes graves emplearemos antivirales que deberán ser iniciados antes de las 48 horas de la aparición de los primeros síntomas. Con ellos conseguiremos acortar la duración de los síntomas, pero no evitar la aparición de posibles complicaciones.
La medicación antiviral impide la replicación del virus, por ejemplo, el oseltamivir y el zanamivir. Pueden pautarse en individuos que, aun habiendo sido vacunados contra la gripe se encuentran en situación de alto riesgo. Tienen una efectividad aproximada del 80% en la prevención de la infección. Estos mismos fármacos pueden emplearse como tratamiento siempre y cuando se inicie antes de las 48 horas de la instauración de los primeros síntomas, como se ha mencionado.
En cuanto a las medidas profilácticas debemos mencionar la vacuna que se sintetiza anualmente con una composición específica que contiene varias cepas víricas. Su recomendación se extiende a diferentes colectivos poblacionales como las personas con factores de riesgo para complicaciones, las personas que pueden transmitir la infección a las personas frágiles y las profesiones que impliquen contacto de riesgo (sanitarios, veterinarios, trabajadores sociales…). La eficacia de la vacuna dependerá de varios factores siendo primordial el estado basal del paciente y su respuesta inmune.
La vacuna debe administrarse anualmente en los grupos de riesgo y, deseablemente, antes de que se inicie el brote dado que su efecto no es inmediato (tarda dos semanas en hacer efecto). Generalmente se inicia la campaña de medicación a principios de otoño. En adultos consistirá en una dosis única administrada de forma intramuscular o subcutánea en el músculo deltoides mientras que en el colectivo infantil se administran dos dosis separadas por un intervalo de cuatro semanas, y se prefiere la administración en la cara anterior del muslo. Tras la administración de la vacuna antigripal no es infrecuente padecer un cuadro pseudocatarral leve y autolimitado.